DIARIO DE NAVARRA
DOMINGO, 19 DE JUNIO DE 2011
Pájaros
de tela
SON UN GRUPO DE AMIGOS QUE COMPARTEN LA AFI-
CIÓN A LANZARSE DESDE LO ALTO DE URBASA, PLA-
NEAR EN PARAPENTE Y ATERRIZAR ENTRE EN ITUR-
MENDI. ÉSTA ES LA CRÓNICA DE UNA TARDE CON ELLOS.
TEXTO CARMEN REMÍREZ FOTOS IVÁN BENÍTEZ
Nada más verle entrar por la puerta, la abuela de Iaio Arratibel ya sabe qué ha estado haciendo su nieto. “Has estado volando, ¿eh?”, le regaña, cariñosa. Ella, que nació hace cien años, tiene ante el parapente una opinión doblemente controvertida. Por un lado, le fascina ver que, imitando el vuelo de los pájaros, el hombre ha conseguido elevarse por encima de montes y pueblos. Por otro, no le acaba de parecer seguro eso de que su nieto se lance desde la sierra de Urbasa y, deslizándose entre corrientes de aire, aterrice 400 o 500 metros más abajo, junto a Iturmendi. Aunque lleve 13 años haciéndolo, la mujer no acaba de acostumbrarse. “Es normal que le parezca un poco raro, sí”, admite riendo, Arratibel, mientras conduce carretera arriba hasta la loma de Bargagain, junto a la ermita de Santa Marina, en la sierra de Urbasa. Unos metros detrás de él asciende Ion Ander Larrañaga, Pat para sus amigos, con su furgoneta blanca a reventar de mochilas gigantes que combinan sillas y velas, las dos herramientas básicas del parapente. Junto a él, Jokin Aranburu, el aficionado más veterano del grupo, que inyectó la ‘droga’ de este deporte a varios de estos amigos alsasuarras. Por ejemplo, a Iaio. “Trabajábamos juntos. Un día que teníamos la tarde libre me propuso ir a volar y me animé. Desde entonces no lo he dejado”. La carretera sigue hacia arriba, hasta llegar a una pista que acercará a los parapentistas a la ermita. “Venimos a volar siempre que podemos. En cuanto tenemos un rato y las condiciones meteorológicas lo permiten, ya estamos aquí”. Generalmente, suele ser por las tardes, cuando sus trabajos les dan tregua. Se reúnen en un bar de Alsasua y miran al cielo. Así sucedió también el miércoles de esta semana. Además de Iaio, Pat y de Jokin, al grupo se sumaron varias féminas. Como Iosune Sáenz de Nanclares, alavesa, veterana en esto del parapente, que iba a estrenar silla de vuelo.
“Pruébala aquí mismo. Siéntate.
¿Qué tal?”, pregunta Pat. “De lujo”, dice ella, ansiosa por volarla.
A su lado, expectante, Nuria, una joven guipuzcoana a la que le tocó un vuelo en parapente por beber una cerveza. Va a ser su primera experiencia y parece concentrada. Una amiga la acompaña, más relajada, fotografiando las distintas caras que va poniendo Nuria. “Para ratos se iba a imaginar esto cuando se estaba bebiendo aquella cerveza en Urretxu”, comenta di vertida la amiga.
Hasta hace poco, este grupo de amigos contaba con una escuela de parapente en la zona, Baiza, pero ya no es así. Aun así, además de sus vuelos y de promociones como la del vuelo gratuito a cambio de una cerveza afortunada (la firma navarra Naparbier es uno de sus patrocinadores) , continúan con el negocio y ofrecen vuelos a particulares o cursillos de iniciación y perfeccionamiento. “¿Un deporte caro? Depende. Las sesiones del cursillo de principiante costarán entre 1. 500 y 2.000 euros. La equipación es como todo, cuanto más dinero se invierta, mejor será; pero por esa misma cantidad, 1.500, se puede obtener una equipación digna”, relata Arratibel . Sigue siendo una afición mayoritariamente masculina, de aficionados al monte.
Para rato se imaginaba Nuria que al beber aquella cerveza le iba a tocar un viaje gratuito en parapente.
Algunas, por despedidas de soltera. “Vino una, la pobre, que nos la trajeron disfrazada de vaca. Tenía una tajada encima!!!. Había bebido sin control... Cuando llegamos al sitio para lanzarnos vimos que era imposible que volara, le sacamos un cartón y la dejamos ahí, dormida a la sombra de un haya a ver si se le pasaba...”, rememora Pat, entre risas. Al llegar arriba, la primera sensación que tiene uno al bajarse del coche es de frío. El viento despeja el leve mareo de las curvas de la carretera y apetece una chaqueta. “Botas de monte y forro. Ahí arriba no sobra nada”, asegura Jokin. De las mochilas salen las velas que luego se inflarán en el aire, a modo de una especie de caparazón. Se extiende sobre la colina y se coloca un medidor de la corriente. “Hoy tenemos las condiciones óptimas: 10-15 km/h de viento y cielo despejado”. Se atan los arneses y se coloca el casco. Nuria ve acercarse el momento de lanzarse. Jokin y Pat le tranquilizan. “Este deporte es muy seguro. El 90% de los accidentes son por culpa exclusiva del piloto. Gente que nada más empezar a volar, prueba un par de veces y se confía. O trata de hacer acrobacias arriesgadas y pierde el control ”. El rostro de Nuria no muestra que esté asimilando esta información. Continúa mirando recelosa al frente.
“No se parece al puenting o al paracaidismo; no hay un subidón de adrenalina de repente; es mucho más tranquilo”, le dice Pat.
Coge aire y parece más dispuesta a lanzarse. Lo hará acompañada de Pat, en un biplaza (para dos personas; con el monitor detrás, controlando la vela). Corren y saltan al aire, y todo parece sencillo. “Al final es dejarse mecer por las corrientes de aire, si no se arriesga, no tiene nada de complicado”. Ellos llaman arriesgarse a no saber decir que no a un salto cuando las condiciones meteorológicas no son las adecuadas. O a meterse en una corriente demasiado ‘lanzada’, en la que se deja de controlar la vela.
En Navarra se han tenido que lamentar fallecimientos de personas que practicaban parapente. El último, en mayo, un segoviano de 32 años, que quedó enganchado en un tendido de alta tensión en Eulate (Tierra Estella). “Accidentes hay, sí, como en cualquier práctica al aire libre. Pero creemos que la fama que se tiene no hace justicia a la realidad”, señala. Iaio no ha podido volar estar tarde. Tiene una fisura en un dedo, producto de una maniobra descuidada al despegar. “No vi una piedra y le di una patada”. A pesar de que no puede lanzarse al cielo, disfruta igualmente con la experiencia, y sube y baja su coche en dos ocasiones para transportar a monitores y ‘ usuarios’. No le importa. También disfruta con el vuelo de otros. “Es una sensación de paz, de tranquilidad, de estar contigo mismo, de ordenar la cabeza”, señala. Recomendable si se está contento o si se viene con preocupaciones del trabajo. “Allí arriba se respira calma. Bajas y los problemas siguen estando ahí, son los mismos. Pero tú no, porque el vuelo te ha cambiado, te ha oxigenado. Ves los líos desde otra perspectiva”. Nuria ha aterrizado y, con los pies en el suelo y el rostro relajado, asegura que se ha divertido mucho con la experiencia. Ahora toca extender de nuevo el parapente y doblarlo con cuidado, como si fuera una sábana. A la mochila, al maletero, y para arriba en la carretera. Si no cambia el tiempo, aún hay tiempo para otro vuelo. “Es dejarse mecer por las corrientes de aire; si no se arriesga no tiene nada de difícil”, asegura Larrañaga,
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