2011/06/21

Mi vuelo sobre la Barranca TEXTO CARMEN REMÍREZ

Pero, ¿cómo voy a correr si aquí dentro de estos arneses y con una mochila de 20 kilos a la espalda parezco Robocop? Jokin, que va a volar conmigo (bueno, más bien yo con él) me mira serio y me dice: “Sin miedo, cuando la vela se eche hacia arriba tú aprovechas el impulso y a correr. No pares”.
Bueno, pues que no se diga. Yo, a correr, o a lo que pueda...
Miro al frente. Una ladera suave y, abajo, el corredor de la Barranca 400 metros por debajo de donde estoy aparecen, chiquitos, Bakaiku e Iturmendi. “Y, ¿cómo va, más o menos? ¿dónde aterrizamos?”. “En una finca allí abajo, tú tranquila, disfruta del vuelo”. En esas estamos cuando entra una racha de aire buena que eleva nuestro parapente... “¡¡Corre!!”, oigo, y hago el esfuerzo de mover las piernas hacia el barranco. Casi sin darme cuenta, estoy pataleando en el aire, sentada en la mochila-silla y observando unas vistas increíbles de Urbasa, del bosque y de las casitas de Bakaiku. O Iturmendi, no sé muy bien. No se me ha encogido el estómago ni nada. Me maravillan los árboles. Parece que estoy viendo una maqueta perfecta del monte en dimensiones reducidas. El viento en la cara se encarga de recordarme que de maqueta nada, que eso es volar. “¿Qué se siente?”, me pregunta Jokin. “Paz...”, digo, en mi meditación. “Estamos aquí como muy tranquilos”. Y tanto, nuestra única compañía son algunos pájaros, buitres, que nos rondan, pero lo hacen muy a su aire, como si no estuviéramos. Jokin maneja el parapente con las manos. Si tira de un lado, orienta el aparato hacia una corriente de aire. Si relaja, nos movemos en otra dirección. “Los días en los que está despejado podemos ir hasta Alsasua. O Irurtzun. Ya sabes, por cambiar de bares”, me dice Jokin. Yo llevo un walkie-talkie en mi hombro derecho. Oigo las voces de los que se han quedado arriba. “¿Qué tal va eso?”. Lo cojo y respondo: “Muy bien, muy chulo”. Amablemente, Jokin me recuerda que si no le doy al botón, nadie más que él y yo podemos escucharnos. En una segunda intentona, me comunico con éxito. Llevamos unos 15 minutos en el aire y va siendo hora de comenzar la maniobra de aterrizaje. Poco a poco, planeando, descendemos y los coches y las casas van ganando tamaño. “¿Qué tengo que hacer cuando aterricemos?”, le pregunto. “Cuando yo te diga, tú echa el culo hacia delante, saca las piernas y otra vez a correr”. Vamos cayendo tan pausadamente que casi no me entero de que ya estamos cerca del suelo. Me escurro hacia delante y echo al pie a tierra. Mi carrera se queda allí, pues sin querer acabo sentada en la finca. Tan tranquila. Por inercia, Jokin acaba junto a mí. “Corre, levanta, que estos vienen a hacernos la foto”, se ríe. Como si fuera tan fácil levantarse siendo Robocop... Por suerte, no llegan a tiempo para esa foto. Quizá la proxima vez. Eso si no aprendo antes a correr mejor.

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